Más vale tener un buen negocio mal manejado, que un mal negocio bien manejado.

El mundo de los negocios es más irracional y fantasioso de lo que asumimos. Los ejecutivos, por más estudios que tengan, cometen errores, son impulsivos y fácilmente pueden caer en sesgos y negación.

Ser líder implica una responsabilidad absoluta de la entidad. Independientemente de lo que le suceda al negocio, el líder es responsable de lo que haga con lo que le ocurre: de apretar el paso o de cambiar el rumbo, de reaccionar al presente o de crear el futuro.

El reto es hacer que los líderes tengan la habilidad de detectar cuándo están fallando o de reconocer cuándo no entienden determinada situación. Un líder con sensores descompuestos por arrogancia o negación acaba por descomponer a su empresa.

Hay buenos negocios mal manejados y hay malos negocios bien manejados. Si se está ante un buen negocio, éste subsidiará la negación y las malas decisiones. Si se está ante un mal negocio, cualquier falla de juicio acabará por hundir a la empresa.

En el primer caso, el negocio puede ser tan noble que tolere por años malas decisiones; aquí los líderes se llevarán un crédito que no les corresponde. En el segundo caso, los líderes serán abucheados porque el negocio "no levanta" a pesar de estar haciendo milagros.

Lo ideal es un buen negocio bien manejado, pero que quede claro que son dos cosas distintas. Si acaso, la conclusión es que el trabajo y la preparación incrementan las posibilidades de éxito para explotar la oportunidad con la que te topas.

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Al ego, si no le ponemos rienda, no tiene límite.