¿Quién no ha ido al infierno? ¿Quién no ha estado lleno de miedo y sin la más pequeña luz a la vista?

¿Quién no se ha sentido perdido, vacío, sin rumbo? ¿Quién no ha caído exhausto luchando contra uno mismo, para quedar sin energía ni deseos de interactuar con el mundo externo?

¿Habrá alguien que no se haya desintegrado por completo y haya tenido que reconfigurar sus propios pedazos, uno a uno, como si se tratara de una odisea infernal?

Una tragedia, una depresión, una pérdida, un despido, una quiebra económica, un rompimiento de corazón, una humillación, todas ellas son jornadas duras y casi imposibles, pero también son transformadoras y usualmente las que definen a las personas.

Detrás de cada héroe, de cada mujer u hombre sobresaliente, están las heridas de las quemaduras del descenso al infierno, donde incluso les ocurre hasta la muerte de su vieja versión de ellos mismos.

Sintetizo una posible taxonomía sobre la idea del infierno (de Lansing Smith), visto como:

1.- Un lugar de tormento, maldición y sufrimiento; no sólo psicológico o espiritual, sino cultural e histórico.

2.- Una cripta que guarda la energía de los ancestros, asociada a la sabiduría de los que nos preceden y que nos orientan sobre nuestro destino.

3.- Un depósito que guarda las semillas de la imaginación; un espacio, o un estado, de revelación y transformación.

Es que a través de las culturas el infierno es y ha sido muchas cosas. Todas estas versiones viven en la imaginación del humano salvo una: el infierno que ocasionalmente nos toca vivir en la Tierra, aquí y ahora.

El infierno se vive a lo largo de una vida, en periodos de desgracia por años, meses, semanas, días, o dolorosos minutos que parecen una eternidad.

La rutina puede ser el infierno de los tiempos modernos, ya que el sistema te pide seas un insumo predecible, constante, continuo; no favorece a los novedosos, a los creativos, a lo discontinuo y mucho menos a los irreverentes que se atreven a cambiar el statu quo. El infierno parece estar diseñado en nuestra vida.

El peor de los infiernos es el que está fuera de nuestra conciencia, el que se nos esconde, el que no reconocemos y negamos diciendo que "todo está muy bien", hasta que algo revienta por algún otro lado.

El infierno nos espera con los brazos abiertos. Podemos descender y quemarnos un poco, o mucho, pero hay que regresar. Si te quedas ahí te destruye; si regresas te transforma. Hay que regresar.

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