El Zombie

El zombie es el guerrero domado que dejó de luchar. La vida se le impuso y lo tiene atrapado con la inercia. Su objetivo primordial es pasar y sobrevivir el día. En la noche el estado parece persistir: se llega a la casa, se saluda, se platica algo, se cena poco y se ve mucha televisión.

No se sabe cuándo el zombie dejó de ser guerrero. Quizás fue desde que era niño cuando un maestro insensible se burló de él por hacer preguntas "tontas". Quizás fue un jefe que lo reprimió por honesto o por mostrar iniciativa "excesiva". O quizás fue el simple hecho de que se animó a decir la verdad en un ambiente políticamente desfavorecido. O quizás fue una combinación de todo lo anterior.

El zombie está siempre tan ocupado y lleno de trabajo que no le da chanza para nada. Ni para pensar, ni para cuestionar sus acciones, ni para asimilar los problemas y las personalidades de los miembros de su familia, y sobre todo, no le da tiempo de explorar su vida interna.

El zombie ya no cuestiona. Nada lo mueve. Las alternativas se desvanecieron. Está atrapado en la unidimensionalidad. Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. De sus hobbies ya no queda nada. No le queda energía ni para eso.

El trabajo parece ser el escondite perfecto para una vida emocionalmente mediocre y el refugio moderno aceptado. Ah, está trabajando. Oh, tiene problemas. Pobre, trae mucha presión. Toma porque anda presionado. Ignora a los hijos, pero no es para menos.

En el mejor de los casos la vida familiar se parece a la de trabajo. Se está con la familia, pero no se hace contacto real. Se queja la esposa, los niños piden y preguntan, y la actividad familiar se limita a sacar los pendientes para que desaparezcan y dejen en paz al señor.

En el peor de los casos la familia se convierte en víctima. El zombie que de repente despierta de la peor de las maneras, agrede y persigue a la familia en función de que se siente hueco, frustrado y lo peor, vencido.

El zombie no tiene balance de vida. Casi no tiene intereses y pocas cosas lo entusiasman. Está como anestesiado.

El zombie tiene una confusa definición del éxito. A pesar de su éxito en la cuestión material, de su buen nivel social, de pertenecer a un club deportivo, de tener a sus hijos en excelentes colegios, el zombie no se siente bien.

Siente un vacío que se lo come lenta pero eficazmente por dentro. ¿ Por qué se sentirá uno tan mal si le va tan bien?

Las motivaciones internas parecen haber perdido terreno a las imposiciones externas y al script psicosocial. La voz interna, el niño que todos llevamos dentro, como lo describe el Análisis Transaccional de Eric Berne, la verdadera fuerza que hizo grande a Dalí, Einstein, DaVinci, Paz, García Márquez, Cervantes, Messi, Musk y Jobs, es inexistente para el zombie.

La mayoría de los grandes de la historia ha sido gente intensamente viva. Apasionados, involucrados, tercos, enamorados y disciplinados. No hay genialidad sin disciplina. El grande se impone tarde o temprano y llega a su propio éxito. Aunque no gane dinero, aunque no sea famoso. No cesa, persiste. Mientras que por el contrario el zombie se deja llevar. A veces porque no le queda otra, a veces por comodidad, a veces simplemente por cansancio.

Bueno, y qué hacer para dejar de ser un zombie o para no convertirse en uno. Lo primero es reconocer la posibilidad de convertirse en zombie. Si ni siquiera admitimos la posibilidad, nos seguiremos evadiendo por siempre.

Se han documentado formas inconscientes y espontáneas que han roto con el estado zombie. Típicamente son experiencias sumamente personales y variadas. Mencionemos algunas: una profunda y prolongada depresión nerviosa; un reclamo fuerte de un hijo; una decidida postura del cónyuge; la pérdida de un ser querido; la quiebra de un negocio o hasta un insulto público de un jefe.

También hay formas conscientes de romper con el círculo vicioso. Algunas ideas: animarse a pedir el cambio de puesto o de departamento y de una vez conocer nuestro futuro en la empresa; iniciar una búsqueda de trabajo nuevo y abrirse posibilidades y horizontes frescos; alejarse decididamente de gente negativa que refuerza el estado zombie; renunciar, si se tienen los recursos y partir de la belleza de lo impredecible; arrancar el negocio que siempre se ha soñado, aunque sea chico. La determinación y la acción es un buen remedio contra el zombismo.

Deepak Chopra, el popular escritor hindú, habla de seguir el Dharma. El Dharma es el camino que "nacimos para seguir". Todo mundo tiene talentos y dones particulares. No hay seres iguales y todos somos especiales.

Si descubrimos, exploramos y seguimos nuestro Dharma, Chopra asegura que por el simple hecho de hacer lo que nos gusta y lo que tenemos facilidad, el dinero, el éxito y la fama serán productos naturales y accesorios; a tal grado que ya no serán de importancia.

Una nota final. El peor de los zombies es el que asegura que no ha sido, no es y nunca será un zombie. Pero el zombismo es silencioso y mañoso. Se va acumulando silenciosamente y de repente, pácatelas, ya somos zombies. Cuidado. Nada peor que vivir en la inconsciencia.

El privilegio de toda una vida es ser uno mismo.

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