Arreglar el problema equivocado sale carísimo.

Cuando se falla en el diagnóstico o en la definición del problema, se falla en todo. No hay peor problema que cuando se trabaja sobre el problema equivocado.

Lo típico es que las acciones se centren sobre el síntoma y esto, a su vez, genera nuevos problemas y se activan acciones "solucionistas" y fragmentadas. Después de varias iteraciones de este tipo, el problema original está prácticamente enterrado y se convierte en indescifrable.

Uno de los enemigos del diagnóstico es el pensamiento concreto. El pensamiento concreto es reactivo y automático, se enfoca a lo visible, es inmediatista y fraccionado. Por otro lado, el pensamiento abstracto es reflexivo, se enfoca en las conexiones sistémicas, es de más largo plazo e integrador.

Y no es que el pensamiento concreto sea malo o inferior; gracias a él existimos como especie. La psicología evolucionaria nos ha condicionado a huir de inmediato si algo parece un tigre; no es como que lo vamos a tocar para analizar qué tipo de tigre es.

El pensamiento concreto es más visible en los niños: como cuando se tapan los ojos y creen que se esconden o cuando están frente a un desfile y lo ignoran tan pronto se les acerca el biberón.

Conforme crece la complejidad en nuestra forma de vida, el pensamiento abstracto es más demandado. El enemigo ahora ya no es literal sino representacional. Este tipo de pensamiento está relacionado a la teoría de sistemas donde tienen que considerarse, por lo menos, estos 4 elementos:

1. La separación del síntoma con la causa.

2. El tiempo y el espacio que suele transcurrir entre la causa y el efecto.

3. Los efectos múltiples que tiene un evento.

4. La metamorfosis de una solución que se convierte con el tiempo en el problema del futuro.

Cuando se falla en el diagnóstico o en la definición del problema, se falla en todo. No hay peor problema que cuando se trabaja sobre el problema equivocado.

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