Monstruo corporativo
“No hay negocio ni proyecto que funcione mejor que el nivel de lucidez de quien lo encabeza”.
Reflexionando sobre la visión de Guillermo del Toro, Frankenstein no es solo una criatura desbordada armada con partes inconexas, es el reflejo de la obsesión de su creador y de su impulsivo deseo de control. Al final, lo trágico no es la criatura, sino el hecho de que su creador pierde el control de aquello que construyó.
En mi carrera de consultor me ha tocado presenciar este paralelismo con mucha frecuencia en el mundo de los negocios. Empresas que, en su afán de crecer, terminan construyendo su propio “monstruo corporativo”. Equipos parchados, procesos improvisados, sistemas que no conversan entre sí, mezclas de culturas incompatibles, decisiones aceleradas sin propósito, urgencias eternas y estructuras disfuncionales.
La organización empieza a moverse por su cuenta, a exigir más energía de la que devuelve y, como en la historia, el caos agarra tanta fuerza que ni el fundador ni los líderes lo pueden contener.
Detrás del monstruo están las decisiones y omisiones de su creador, detonadas por miedos, culpas y otros procesos psicológicos de los que poco se enseña en las escuelas de negocios.
Pero más que una condena, es una invitación al autoconocimiento. Cuando un líder trabaja en lo personal, en automático vuelca a la empresa esa misma claridad y puede accionar con rumbo.
El mayor reto de la especie humana es el ego. Un ego desproporcionado compromete y afecta a la toma de decisiones.
La lucidez es una obligación estratégica y empieza a nivel personal.
Texto generado sin IA