Mi éxito, mío.

Estamos inmersos en el paradigma del esfuerzo y la meritocracia. Está claro eso de no pain, no gain y de que sólo con esfuerzo se logra el éxito. Sin embargo, la implicación de este paradigma conlleva a un razonamiento sesgado: "Si yo tengo éxito es que me lo merezco, me lo gané, es mío. No creo en la suerte". Y esto puede ser terrible.

Terrible porque produce ceguera, fomenta la arrogancia y la pérdida de sensibilidad hacia el mercado. Abundan los casos donde el éxito no es del todo atribuible a la persona y conviene cuestionar el razonamiento egocéntrico del éxito.

Por ejemplo, Michael Lewis, el millonario autor de libros de corte financiero como The Big Short, Moneyball, Liar's Poker, en un discurso a universitarios de Princenton habla de la suerte:

"Una noche fui invitado a una cena y me tocó sentarme al lado de la esposa del CEO de Solomon Brothers. Prácticamente forzó al marido a que me diera trabajo. Caí en un área que tomaba fuerza y fui nombrado el experto en derivados. Un año y medio después, a los 26 años, ganaba cientos de miles de dólares. No lo podía creer. Ésta fue la base de mi bestseller "Liar's Poker". De repente me decían que nací para ser escritor. ¿Yo? En retrospectiva, ¿cuáles eran las probabilidades de que me sentaran al lado de la esposa del jefe? Mi caso ilustra como la gente racionaliza el éxito en lugar de verlo como lo que es".

Y también está el caso de Bill Gates y el génesis de Microsoft. En 1980, un grupo de ejecutivos de IBM buscaron a Gates para comprarle un sistema operativo para su "computadora del hogar". A Gates no le interesó y los refirió con el programador Gary Kildall, de Digital Research.

Como la química entre ellos no se dio, volvieron con Gates y éste finalmente accede y compra, no programa, un software a un tercero por 50 mil dólares. El comienzo de un imperio centrado en una coyuntura cotidiana. La decisión estratégica más importante de Gates fue diseñada por ejecutivos de IBM.

Naturalmente que lo anterior no quiere decir que Lewis o Gates no tengan mérito. El caso es que abundan personas competentes y trabajadoras que no salen de lo mismo; que se esfuerzan, luchan y mueren, por vejez, en el intento.

El contexto, la oportunidad y las conexiones de variables a veces inexplicables también juegan en la configuración del éxito. Tan simple como que Steve Jobs no hubiese sido Don Steve, ni hubiese existido Apple, si Abdul Fattah Jandali, su padre biológico, no hubiera decidido emigrar de Siria.

A duo y a la hora del fracaso se sobrestima el contexto. Esto se conoce como la Teoría de la Atribución: si me va bien, es gracias a mí; si me va mal es debido a las circunstancias. Y al contrario: si le va bien a un competidor, es gracias a las circunstancias; si le va mal es por su culpa.

Es que nos negamos a la realidad cuando va en contra de nuestro autoconcepto. La realidad objetiva simplemente no existe: la trastocamos, la acentuamos, agrandamos o disminuimos, según nuestras propensiones y sesgos.

Para proteger al ego nos mentimos a nosotros mismos y nos convencemos de nuestra capacidad de lograr y repetir el éxito porque "se trata de nosotros". El exitoso no cree en la suerte sino hasta que fracasa.

Una variable no puede explicar algo tan complejo como el éxito. La humildad y respeto hacia los arreglos que ayudaron o definieron al éxito también podrían influir para el fracaso. La humildad ayuda a mantener las proporción de los elementos y a relativizar algo con tanto potencial de ser agrandado, como el ego..

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